Ficcionario de psicoanálisis por Néstor A. Braunstein.
México: Siglo Veintiuno Editores (Siglo XXI), 2001
Páginas 38-40:
9 de octubre de 1999
AVIÓN
Podría jurar que no han pasado ni diez años desde la vez primera que escuché en México (¿dónde, si no?) la expresión "dar e! avión". Y desde entonces la vengo oyendo cada vez con mayor frecuencia. Casi todos la usan, creo que todos la entienden y a la vez no tiene definición precisa. Cuando les pregunto a los usuarios qué quieren decir, generalmente recurren a un lenguaje corporal y casi nunca falta la palmadita en el hombro: "—Sí; hombre, claro, como a ti te parezca, como tú digas, tienes razón." ¿Por qué se le da el avión a alguien? Para que esté contento, para evitar una discusión inútil, porque en última instancia lo que está diciendo o pretendiendo no tiene importancia para uno y no cuesta nada otorgarle un asentimiento inocuo e intrascendente, "darle por su lado", reconocer su locura o su manía particular y dejarlo vivir confiadamente en medio de las falsedades (para uno) en las que él cree. Sus verdades no son las nuestras, pero como sabemos que es inútil tratar de convencerlo, con desdén y desde una posición de superioridad le damos el avión.
No podría y no sabría establecer una etimología. La explicación que me parece plausible es la de derivar esta expresión de otra locución popular: "mandar a volar", eufemismo para referirse al infierno o a otros lugares igualmente hediondos. "Tómate el avión y vuela hacia donde te parezca; me importa un bledo tu destino. No tengo nada que discutir contigo. Si te aferras a esa idea o a esa decisión es muy tu asunto." O, ya que de locuciones populares hablamos y sin hacer de esto el escandaloso y censurable título de un nuevo ficcionario: "(te doy el avión porque) es muy tu pedo".
Esta última expresión que la Academia llamaría "malsonante" y que por etimología es más bien maloliente, pues en cuanto a ruidos nadie tiene la última palabra. Escúchese, si no, al adorado Ligeti, El Gran Macabro, el autor de un poema sinfónico maravilloso para cien metrónomos. Esa expresión —venía diciendo— es una de las más pintorescas de nuestra lengua. El pedo es una mala palabra, pero su significado no tiene nada de escatológico. Vale para el vulgo como sinónimo de "problema", "enfrentamienlo", "situación molesta o enojosa". Alguien que viene a cuestionar lo que otro dice o actúa es alguien que "la hace de pedo", frase que se reformula con un eufemismo también muy difundido para no hacer uso de la voz malsonante: "la hace de tos" —¡como si la tos sonase mejor!— y que no se hable del olor, porque también existe la halitosis. Bueno, entre ventosidades andamos, pero la tos, debemos reconocerlo, es más elevada. Tal vez sea esa la razón espiritual del tango: "Si es un soplo la vida..." Las cosas en las que uno fervientemente cree son para el otro el pedo que uno se trae. "¡Oye, mano! Tu pedo no es mi pedo, así que no hay pedo." Y aludamos, eludamos, la acepción etílica del vocablo que tal vez esté en su etimología. Son los borrachos los que están en, los que se traen, los que la hacen de... tos.
A estas dos locuciones populares tan relacionadas —"dar el avión" y "hacerla de o traer pedo"— hemos llegado a partir de la paradoja aparente de dar crédito a la palabra del otro aun sabiendo que es engañosa, por amor, porque es lo máximo que el amor puede producir ("lave best hábil is in seeming trust" –"lo mejor del amor está en aparentar la confianza"). Y lo que nos interesa es distinguir entre dar el avión, evitar que se den situaciones de fastidiosos enfrentamienlos, tener fe en la palabra del otro y aparentar esa fe compartida, esa confianza.